lunes, 9 de noviembre de 2009

LOS ÁRABES EN CUBA


LOS ÁRABES EN CUBA

Palacio de Cien Fuegos. Ejemplo de influencia morisca

Uva de Aragón
La presencia árabe en Cuba data de los primeros años de la colonia y puede describirse como hispano-morisca y morisco-norafricana, compuesta por esclavos y personas libres convertidas al catolicismo. Esta presencia dejó su mayor huella en la arquitectura, pues durante el siglo XVII y principios del XVIII predominó en La Habana, Remedios, Santiago de Cuba y otras ciudades el estilo mudéjar, que combinaba elementos occidentales y árabes, herencia importante de la escuela de construcción morisca de Sevilla.
A pesar del recelo de los españoles por los árabes, y de la inestabilidad que sufrió Cuba a partir de 1868, a finales del siglo xix comenzó a llegar una discreta inmigración árabe al país, principalmente compuesta de libaneses, sirios y palestinos. Algunas fuentes consideran al libanés Antonio Farah, que arribó a la Isla en 1879, y logró ser concejal del ayuntamiento de Pinar del Río, el precursor de esta inmigración, mientras que otras se refieren al otomano José Yabor, ya instalado en la Calle Monte en La Habana en 1870.
En todo caso, los árabes asentados en Cuba sumaban unos 800 en los 1900. Cabe destacar que varios de ellos pelearon en el Ejército Libertador, entre los que se destacan los libaneses Benito Elías, Nasim Faray y Juan Manzur, los sirios Alejandro Haabad, Aurelio Elías y Esteban Hadad, y los palestinos Juan Abad y Agripín Abad, entre otros.
La República tuvo una política favorable a los inmigrantes. Era natural. El país se había quedado prácticamente despoblado debido la emigración, la baja tasa de natalidad y el número de muertos en la guerra, especialmente hombres, que formaban entonces la mayor parte de la fuerza laboral. En 1906 se promulgó la Ley de Inmigración y se creó un fondo para importar braceros y ayudar a familias europeas recién llegadas. Fueron los haitianos quienes fundamentalmente engrosaron la fila de los trabajadores destinados al sector agrícola, y se produjo asimismo una inmigración de franceses, italianos, rusos, sirios, libaneses y palestinos.
Los “turcos”, como se les denominaba, pues procedían principalmente de países que formaban parte del antiguo imperio Otomano, llegaron en varias oleadas. La primera, del 1902 al 1919, se estima que fue de 6, 536 aunque La Primera Guerra Mundial interrumpió el flujo y no llegan muchos entre 1913 y 1920. En la próxima década se duplica la cifra anterior, pues arribaron a Cuba más de 13,000 árabes. Sólo en 1924 se establecen en la isla 3,874. Con la crisis económica que enfrentaba el país, el número decrece a partir de 1927, aunque se produjeron algunas oleadas menores en las décadas del 40 y 50.
Como tantos inmigrantes, la mayoría de los árabes salían de sus tierras por razones económicas. Hacían la travesía en vapores trasatlánticos de la época. Un gran porcentaje eran hombres entre 14 y 45 años, entre otras razones porque las sociedades de donde provenían no dejaban a las mujeres viajar solas. Con todo, en la primera etapa especialmente llegaron a Cuba mujeres y niños, posiblemente con los padres de familia, o después de que los mismos se establecieron en el país y podían costear los viajes de la esposa e hijos.
Más de la mitad de los inmigrantes árabes sabían leer y escribir, y aunque gran número declararon a las autoridades aduaneras ser labradores y jornaleros, en realidad la mayoría se desempeñó como comerciantes.
En los primeros tiempos pasaban apuros. Incluso en el pueblo de Casablanca se ubicó un campamento de inmigración con el nombre de Tiscornia donde eran internados los inmigrantes que no cumplían los requisitos de salud, protección de algún familiar o garante en la isla, o la posesión de por lo menos 30 pesos. Cuando eran liberados se alojaban por lo general en pensiones donde les alquilaban habitaciones a precios elevados que pagaban entre varias familias, por lo cual vivían con gran aglomeración e incomodidades.
Con todo, desde el siglo XIX una zona de la Calzada del Monte (por el Monte Líbano) se caracterizaba por multitud de comercios, tiendas minoristas, hoteles, fábricas, almacenes, restaurantes, dulcerías, entre ellos la sastrería y tienda de ropa nombrada El Turco, una de las muchas pruebas de la impronta étnica en al área. Aparte de en La Habana, hubo importantes asentamientos en Pinar del Río, Santa Clara y Oriente.
Muchos nombres sufrieron transformaciones. Barakat, por ejemplo, se convirtió en Barquet, Abí Suleiman en Abislaiman, Fayad en Fabían, Tawfik en Teófilo. Se asimilaron bien a la cultura cubana y contribuyeron al país en muchos renglones. Por ejemplo, el inmigrante libanés Natalio Chediak Sega introdujo el cultivo del gusano de seda en la isla, además de que la familia es recordada por los Laboratorio de Investigaciones Clínicas ‘’Chediak’’ y porque el Dr. Moisés Chediak, fue uno de los descubridores de una rara enfermedad de la sangre, el síndrome Chediak-Higashi. También la familia Kourí se distinguió en el campo de las medicina, como los Bared en el de la joyería y los Babún en el mundo de los negocios en la provincia de Oriente.
Son algunos de muchos ejemplos posibles pues aunque numéricamente no fueron muchos los árabes que se asentaron en Cuba, se destacaron por una gran capacidad de trabajo y tenacidad, ese tesoro oculto que viaja con cada inmigrante en su escaso equipaje.